En la vida hay momentos cuando no se siente seguro. Sentirse inseguro es incomodo y la reacción natural es escaparse. Cuando me pasan momentos de inseguridad me pongo muy callada y la verdad es que eso pasa casi todos los días. Me chocan momentos de inseguridad. Dejo la situación sintiéndome peor y deprimida. Lucho con mi mismo y con Dios para recuperar mi confianza. Cuando me quedo callada les parezco a todo el mundo perezosa, tonta, desinteresada. Es posible que nadie me piense así, pero mi inseguridad me hace burla de mí.
Durante mi semestre en la RD había una noche al fin de abril cuando CIEE, el programa por cual yo estudiaba, planeó una cena de despedida en un restaurante cerca del malecón. La doña Pura viajó a la frontera de Haití para su trabajo y no pudo llevarme al restaurante. J me llevó al restaurante a las 7 de la noche. Ya el sol se había ido atrás de la orilla y estaba oscuro. Esta es la primera vez que he escrito lo que pasó esa noche. Caminamos hasta la calle Máximo Gómez y había un cobrador animándonos entrar en su guagüita. Su forma era un poco extraña y le llamó a J “mi amor.” Qué raro. J y yo nos sentamos juntos en la parte atrás. Había una luz que me hizo sentir segura. De repente la guagüita dobló a la derecha y el cobrador explicó que esa ruta seria más rápido. No había tapones en la calle, eso que fue una mentira.
Cerraron la puerta de la guagüita y sacaron un cuchillo apuntado a mi cuello. Tomaron mi bolsa y forzaron J hacia adelante. Había cuatro hombres y el más joven se quedó a mi lado con el cuchillo. Su mano agarrándome la muñeca, cambiando entre relajado y con fuerza. El cobrador y un hombre grande empezaron a hacerle preguntas a J. El les dijo que éramos amigos y cristianos, que él me estaba llevando a una cena. La única mentira que escuché de los labios de J fue que éramos amigos. Éramos novios y era obvio. Gloria a Dios no les importaba tanto. Ellos sacaron mi espray de pepino de mi bolsa y de repente me sentí muy incómoda, temiendo que iban a hacerle ciego a J. Gracias a Dios no lo hicieron. Qué milagro. El otro milagro fue que me sentía tranquila. La guagüita siguió moviendo más y más lejos del área de Santo Domingo que yo conocía. Dios me dio tranquilidad. Mi Dios es seguro.
Contaré la segunda parte de la historia otro día. Quiero concentrarme en el momento dentro de esa guagüita cuando me sentía segura. Esos hombres me pudieron violar o matar. Yo no sabía a dónde me llevaron, pero Dios me dio seguridad. Tengo seguridad en El y solamente en El. Gracias, Dios por tu seguridad. Que me guíes cada día más en todo. Que me des la confianza en mí mismo, no importa lo que venga en el futuro.
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